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Mensaje Pastoral de Monseñor Marcos Pérez, Arzobispo de Cuenca

JESÚS VIENE A SALVARNOS

JESÚS VIENE A SALVARNOS

En el principio ya existía aquel que es la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Todas las cosas vinieron a la existencia por él y sin él nada empezó de cuanto existe. Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres. Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz. Él no era la luz, sino testigo de la luz. Aquel que es la Palabra era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba; el mundo había sido hecho por él y, sin embargo, el mundo no lo conoció.

Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios. Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria, gloria que le corresponde como a Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. (Jn 1, 1-14).

En Navidad se cumple la antigua promesa: el tiempo de la espera ha terminado, y la Virgen da a luz al Mesías. Jesús nace para la humanidad que busca libertad y paz; nace para todo hombre oprimido por el pecado, necesitado de salvación y sediento de esperanza. Nace por nosotros y por nuestra salvación.
En nuestras iglesias, aun en las más pequeñas, en las familias, en el campo y la ciudad, se entonan con emoción villancicos, con letras sencillas y melodías contagiosas. El Niño pasa por nuestras calles y todo es regocijo. Son expresiones de piedad popular. Es la fe de María y José en labios del pueblo. Con estos cánticos navideños volvemos a ser niños para sentir la ternura de Dios. Volvemos a ser los niños inocentes, esos pequeños pastores de Belén que buscan presurosos a Jesús en el portal, envuelto en pañales y en brazos de María. ¡Qué alegría poder contemplarlo junto a su Madre y ver la sonrisa de Dios en un pequeño!
El Niño acostado en la pobreza de un pesebre es la señal de Dios. Pasan los siglos y los milenios, pero queda la señal, y vale también para nosotros, hombres y mujeres de hoy. Es señal de esperanza para nuestras familias; señal de paz para cuantos sufren a causa de todo tipo de violencia; señal de liberación para los pobres y los oprimidos; señal de misericordia para quien se encuentra encerrado en el círculo vicioso del pecado; señal de amor y de consuelo para quien se siente solo y abandonado.
En Navidad, también nosotros, como María y José, podemos reconocer en este Niño el rostro humano de Dios. Acerquémonos a adorarlo y dejémonos acariciar por Dios ¡Feliz Navidad!

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