Durante estas semanas, la mayoría de nuestras parroquias celebran los sacramentos de la Confirmación y Comunión de muchos niños y jóvenes, que previamente han recibido una catequesis adecuada, impartida en los centros parroquiales y en los colegios católicos.
Debemos valorar el trabajo pastoral y el acompañamiento que realizan los sacerdotes y catequistas, como también la formación que reciben los padres de familia. La celebración de los sacramentos es una verdadera fiesta que debe vivirse en la comunidad parroquial con mucha intensidad, pues es signo de una Iglesia misionera, que ama al Señor y no abandona a sus hijos, pues, después de la recepción de los sacramentos, las puertas siguen abiertas para que cada bautizado, llamado por Jesucristo, se sienta participe en la obra de la evangelización.
Con respecto a la recepción de los sacramentos, especialmente de la Primera Eucaristía, debemos tener presentes las normas litúrgicas y su aplicación, para evitar banalizar el momento más sagrado que tenemos los cristianos. “La Eucaristía es la respuesta de Dios al hambre más profunda del corazón humano, al hambre de vida verdadera: en ella Cristo mismo está realmente en medio de nosotros para alimentarnos, consolarnos y sostenernos en nuestro camino… Hoy en día, a veces entre nuestros fieles, algunos creen que la Eucaristía es más un símbolo que la presencia real y amorosa del Señor. Es más que un símbolo, es la presencia real del Señor. Creo que en esta época moderna hemos perdido el sentido de la adoración. Debemos recuperar el sentido del silencio, de la adoración” (P. Francisco, Discurso a los miembros del Comité Organizador del Congreso Eucarístico Nacional de EEUU, 19.06.2023).
La Eucaristía asumida como símbolo y despojada de presencia real se convierte en una mera señal de solidaridad humana sin fondo sobrenatural alguno. Sin la dimensión sobrenatural del sacramento se consigue que el niño, que hace la comunión, lo recuerde como un día de fiesta divertida, donde todo recuerdo de unión con Cristo se reduce a un momento social y a recibir un “bocadito”. En la iglesia aparecen luces, vestidos lujosos, adornos, regalos, mesas y copas para festejar, pero olvidamos al personaje central: Jesús deja de ser el protagonista de la celebración.
En algunas clases de catequesis se habla solo de la dimensión comunitaria y social de la Eucaristía, se habla del banquete, pero se olvida el aspecto sacrificial. “La santa Misa es el sacrificio del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, que bajo las apariencias de pan y de vino ofrece el sacerdote a Dios sobre el altar, en memoria y renovación del sacrificio de la cruz” (San Pío X).
Si nuestra participación en la Eucaristía es consciente, piadosa y activa, nuestro compromiso será llevar fuera del templo, y prolongar en nuestra vida ordinaria, la realización del mandamiento del amor, sobre todo en la relación con los miembros de nuestra familia. No podemos entrar en comunión íntima con Cristo, si no vivimos en comunión fraterna con quien tiene necesidad y sufre, si no sabemos acoger al que necesita consuelo y protección.
