Al celebrar el 8 de septiembre la fiesta de la Natividad de la Virgen María, nos alegra saber que ella desde el cielo nos contempla con ojos de madre y nos habla al corazón. Nos recuerda su gran mensaje, el único que nunca pasa: “Hagan lo que Jesús les diga” (Lc. 2,5), cumplan su voluntad. Nos dice que estamos llamados a servir con alegría a Dios y a los hermanos, porque la humildad es la base de la vida cristiana.
El Papa Francisco nos dice que el Magnificat es como una fotografía de la Madre de Dios, nos presenta su humildad. Porque ha mirado la humildad de su sierva, así lo dice (cf. Lc 1,47-48). La humildad es el secreto de María. Es la humildad la que atrajo la mirada de Dios hacia ella. El ojo humano busca siempre la grandeza y se deslumbra por lo que es ostentoso. Dios, en cambio, no mira las apariencias, Dios mira el corazón (cf. 1 Sam 16,7). La humildad de los corazones le encanta a Dios. Hoy, mirando a María como ejemplo para nuestra vida, podemos decir que la humildad es el camino que conduce al Cielo.
Entonces, podemos preguntarnos, cada uno de nosotros en nuestro corazón: ¿Cómo está mi humildad? ¿Busco ser reconocido por los demás, reafirmarme, perennizarme y ser alabado, o más bien pienso en servir? ¿Sé escuchar, como María, o solo quiero hablar y recibir atención? ¿Sé guardar silencio, como María, o siempre estoy parloteando? ¿Sé cómo dar un paso atrás, apaciguar las peleas y las discusiones, o solo trato siempre de sobresalir? ¿Busco hacer la voluntad de Dios o quiero hacer prevalecer mis criterios? Pensemos en estas preguntas, cada uno de nosotros. ¿Cómo está mi humildad? Nos sirven para hacer un buen examen de conciencia.
Es hermoso pensar que la criatura más humilde y elevada de la historia, la primera en conquistar los cielos con todo su ser, cuerpo y alma, pasó su vida mayormente dentro del hogar, pasó su vida en lo ordinario, en la humildad. Los días de la “Llena de Gracia” no tuvieron mucho de impresionantes.
Este es un gran mensaje de esperanza para nosotros; para ti, para cada uno de nosotros. María te recuerda hoy que Dios también te llama a este destino de gloria. No son palabras bonitas, es la verdad. No es un final feliz artificioso de telenovela, una ilusión piadosa o un falso consuelo. No, es la verdad, es la pura realidad (Cf. P. Francisco, Ángelus 15.08.2021).
¿Qué nos aconseja hoy María? Nos enseña alabar al Señor, a engrandecer a Dios, no los problemas. Nosotros nos dejamos vencer por las dificultades, la Virgen no, porque puso a Dios en el centro de su vida. De aquí nace la verdadera alegría.
María entona un canto de liberación mesiánica. Ha llegado un cambio decisivo: los que no cuentan pasan a ser protagonistas. Se da una inversión de criterios. Nos revela que Dios es misericordioso. El gran valor no será ya la prepotencia, el orgullo, el dominio; será la pobreza, la fraternidad, el compartir.
Podemos preguntarnos: ¿Nos acordamos de Dios todos los días? ¿Le damos gracias por sus maravillas? ¿Somos hijos agradecidos porque Él nos creó, nos ama, nos perdona, por habernos dado a María, por nuestros hermanos y hermanas que comparten nuestra fe, nuestra vida familiar, que peregrinan, como nosotros, por este mundo?
