El quinto mandamiento de la ley de Dios: “no matarás”, se convierte en la mayor protección del valor fundamental en las relaciones humanas, la defensa del primero y más importante de los derechos: el derecho a la vida.
Una de las catequesis del Papa Francisco del año 2016 está dedicada precisamente a reflexionar sobre el quinto mandamiento. Nos dice textualmente que todo el mal obrado en el mundo se resume en esto: el desprecio por la vida. La vida está agredida por las guerras, por las organizaciones que explotan al hombre, por las especulaciones sobre la creación, por la cultura del descarte y por todos los sistemas que someten la existencia humana a cálculos de oportunidad, mientras que un número escandaloso de personas vive en un estado indigno para el hombre. Esto es despreciar la vida, es decir, de algún modo, matar.
Un punto de vista contrario a este mandamiento consiente también la supresión de la vida humana en el seno materno en nombre de la salvaguardia de otros derechos. Pero, pregunta el Papa, ¿cómo puede ser terapéutico, civilizado, o simplemente humano un acto que suprime la vida inocente e indefensa en su florecimiento? ¿Es justo «quitar de en medio» una vida humana para resolver un problema? ¿Es justo contratar a un sicario para resolver un problema? No se puede, no es justo «quitar de en medio» a un ser humano, aunque sea pequeño, para resolver un problema.
¿De dónde viene la violencia y el rechazo a la vida?, ¿de dónde nacen, en el fondo? Del miedo. De hecho, acoger al otro es un desafío al individualismo. Un niño enfermo es como todos los necesitados de la tierra, como un anciano que necesita ayuda, como tantas personas pobres que luchan por salir adelante: él, el que se presenta a sí mismo como un problema, es en realidad un don de Dios que puede sacarnos del egocentrismo y hacernos crecer en el amor. La vida vulnerable nos muestra el camino de salida, la manera de salvarnos de una existencia replegada sobre sí misma y de descubrir la alegría del amor.
¿Y qué lleva al hombre a rechazar la vida? Son los ídolos de este mundo: el dinero, el poder, el éxito. Estos son parámetros incorrectos para valorar la vida. ¿Cuál es la única medida auténtica de la vida? ¡Es el amor, el amor con el que Dios la ama! El amor con el que Dios ama la vida: esta es la medida.
En cada niño enfermo, en cada anciano débil, en cada migrante desesperado, en cada vida frágil y amenazada, Cristo nos está buscando, está buscando nuestro corazón para revelarnos la alegría del amor.
Debemos decirles a los hombres y mujeres del mundo: ¡no desprecies tu vida! La vida de los demás, pero también la suya. A muchos jóvenes se les debe decir: ¡no desprecien su existencia! ¡Dejen de rechazar la obra de Dios! ¡Tú eres una obra de Dios! ¡No te subestimes, no te desprecies con adicciones que te arruinarán y te llevarán a la muerte!
El derecho a la vida es el fundamento de todos los demás derechos. Si no lo defendemos ante las leyes de muerte que hoy se imponen en el mundo, pierden valor todos los demás derechos. La salud, la educación, la vivienda, el trabajo, el medio ambiente, entre otros, no tienen sentido sin la vida humana, don de Dios.
