San Francisco de Asís fue nombrado por Juan Pablo II patrono de la ecología en 1979, por su cuidado y compromiso con la naturaleza. Él tuvo en gran aprecio todas las obras del Creador y, con inspiración sobrenatural, compuso el bellísimo Cántico de las Criaturas, a través de las cuales rindió al omnipotente y buen Señor la debida alabanza, gloria, honor y toda bendición.
De él decía el Papa Francisco: “Tomé su nombre como guía y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo de Roma. Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior” (Laudato Si, 10).
El Señor lo llamó para que su vida pobre y entregada a los demás fuera testimonio en aquella sociedad que, por su apego a los bienes materiales, se alejaba más y más de Dios. Nos enseñó a todos que la esperanza ha de estar puesta en el Señor, que lo llamó a restaurar su casa. Restauración del mundo que debe comenzar por el desprendimiento de los bienes materiales y la plena confianza en las promesas de Dios.
El secreto de su vida fue la unión con el Señor. Se dejó mirar por Jesús, que desde la cruz lo contemplaba con amor. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que habla al corazón. Y el Crucifijo no nos habla de derrota, de fracaso; paradójicamente nos habla de una muerte que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere, más aún, vence el mal y la muerte. El que se deja mirar por Jesús crucificado llega a ser una nueva criatura. De aquí comienza todo: es la experiencia de la Gracia que transforma, el ser amados sin méritos, aun siendo pecadores.
El santo de Asís nos enseña que quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, aquella que solo él, y no el mundo, nos puede dar. ¿Cuál es la paz que Francisco acogió y vivió y nos transmite? La de Cristo, que pasa a través del amor más grande, el de la Cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos cuando se apareció en medio de ellos. La paz que él predicó no es un sentimiento pasajero o el fruto del triunfo de los poderosos sobre los débiles. La paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que acoge su mandamiento del amor. Y este mandamiento no se puede vivir con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino con mansedumbre y humildad de corazón (Cf. Papa Francisco, 04. 10. 2013).
Que como San Francisco de Asís sepamos ser levadura en medio del mundo. Que hagamos presente a Cristo en nuestra época, en estos tiempos difíciles y críticos, llenos de contaminación ambiental y social.
