“La paz esté con ustedes” (Jn.20,19-21). Estas fueron las primeras palabras del Papa León XIV al saludar al mundo desde el balcón de San Pedro el día de su elección. Durante los primeros meses de su pontificado nos ha dicho que “no hay futuro basado en la violencia, en el exilio forzado, en la venganza. Los pueblos necesitan paz. Quien ama de verdad trabaja por la paz”. “Nosotros no somos dueños de nuestra vida ni de los bienes que disfrutamos; todo nos ha sido dado como don por el Señor y Él ha confiado este patrimonio a nuestro cuidado, a nuestra libertad y responsabilidad. Un día seremos llamados a rendir cuentas de cómo hemos administrado a nosotros mismos, nuestros bienes y los recursos de la tierra, tanto ante Dios como ante los hombres, la sociedad y, sobre todo, ante quienes vendrán después de nosotros” (Homilía, 21.09.2025).
Desafortunadamente “la retórica belicosa vuelve a estar de moda, mientras se difunden palabras de odio, la gente muere en la brutalidad de los conflictos. Hay que hablar de paz, soñar con la paz, dar creatividad y concreción a las expectativas de paz, que son las verdaderas expectativas de los pueblos y de las personas” (Papa Francisco). Los conflictos no se solucionan con la violencia entre hermanos, ni manipulando a los pobres con discursos ideológicos, apartados totalmente del Evangelio de la vida y de la paz. La manipulación de las conciencias no es el método de Cristo, es la estrategia del maligno que, como siempre, busca destruir la obra de Dios. Los problemas sociales y las verdaderas necesidades del pueblo no pueden ser utilizados como plataforma política. El camino cristiano será siempre el diálogo respetuoso y sincero, donde se valore el bien común antes que el bien particular.
“La paz es un bien preciado pero precario que debemos cuidar, educar y promover todos. Como sabemos, la paz no se reduce a la ausencia de guerras ni a la exclusión de armas nucleares en nuestro espacio común, logros ya significativos, sino a la generación de una cultura de paz, que sea fruto de un desarrollo sustentable, equitativo y respetuoso de la creación” (Aparecida, 542).
En el mundo se escucha un fuerte clamor a favor de la justicia y la paz, que no siempre es escuchado por quienes ejercen el poder. Nuestro apostolado, como hijos de Dios, será entonces, llevar alegría, serenidad y paz a las personas que nos rodean. El deseo de paz que el Señor pone en nuestro corazón nos debe llevar a evitar absolutamente todo aquello que causa división y malestar: los juicos negativos sobre los demás, las murmuraciones, las críticas y quejas.
Señor de la paz, enséñanos a ser verdaderos pacificadores en medio de un mundo lleno de conflictos y odio. Ayúdanos a escuchar con respeto, a dialogar con sinceridad y a actuar siempre por el bien común. Que nuestras acciones reflejen tu amor y promuevan la reconciliación, el diálogo fraterno y la ternura entre todos nuestros hermanos y con toda la creación.
