: Quería ser abogado, pero Dios le tenía preparada otra misión. “Tengo gratitud a esta Iglesia que me ha acogido y confía en mí. Dios me ha enseñado a servir y a obedecer”.
Joffre Astudillo, sacerdote del clero cuencano, cumplió el mes de julio 25 años de vida sacerdotal. Viene de una familia numerosa, su padre, su madre y doce hermanos. Su infancia transcurrió en la parroquia María Reina de la Paz. A los once años se involucró en actividades de Iglesia. Recuerda que la música era el enganche. Con su hermano cantaban en un coro. “Éramos locos. Viajábamos en las pailas de los carros para cantar en las misas. Fueron momentos muy fraternos y felices que me fueron conectando con esta Iglesia que amo”, expresa.
Su vocación temprana se fue cristalizando a través del movimiento Camino Neocatecumenal, al que le debe haberle inyectado el servicio incondicional a la Iglesia misionera.
Recuerda cuando llegó a Cuenca san Juan Pablo II, quien ejerció una influencia muy importante en su vocación, que nació a sus doce años. Seguía mucho al Papa polaco y las peregrinaciones de Santiago de Compostela en España. Son imborrables sus palabras: “No tengáis miedo de entregar vuestra vida a Dios”.
Recuerda que, en 1988, en Guápulo se hizo una especie de jornada de la juventud con dos mil jóvenes del Camino Neocatecumenal. “Allí fue cuando yo dispuse mi vida y dije. Si el Señor me elige, aquí estoy. A los 16 años ingresó al seminario del Camino, en Medellín. Allí se formó durante diez años. Se ordenó diácono en 1999 y como sacerdote en julio del año 2000. Fue vicario parroquial en una comuna muy conflictiva de Medellín. Luego estuvo en Bogotá. En Colombia sirvió durante 22 años.
Por invitación de Mons. Luis Cabrera, regresa al Ecuador y durante 4 años sirvió como vicario parroquial en San Blas. Fue párroco de San Juan Pablo II y en Gualaceo estuvo como párroco cinco años. Monseñor Marcos Pérez le confió la Secretaría de Comunicación, donde sirvió siete años. Hoy es párroco de San Francisco y director ejecutivo de la Fundación COVIR.
Tras un cuarto de siglo de servicio, siente una alegría enorme, porque valió la pena: “Me siento muy bien pagado por Dios y recompensado ciento por uno”.
A los jóvenes les dice: Lo que Dios va marcando es mucho mejor que lo que uno quiere. Abran el corazón a Cristo: El mundo genera desilusiones y el único que no defrauda, es Dios. “En medio de mis debilidades, he experimentado la fidelidad de Dios y el amor de la Iglesia”, concluye.


































































