En el plan de formación no puede faltar el padre espiritual, el sacerdote de ciencia y de experiencia que escuche, pero que también cuestione a los jóvenes, para ayudarlos a discernir su vocación.
El 20 de abril de 1975 se inauguró el primer año académico en el Seminario Mayor Francisco Xavier de Garaicoa, de Guayaquil. Esta casa formativa se cristalizó luego de varias décadas de trabajo. La campaña: “Un heladito para el seminario”, fue una de las estrategias creadas para recaudar fondos. Así, durante muchos años, de sucre en sucre se pudo reunir parte de los recursos para edificar esta magnífica obra, que acaba de celebrar su aniversario número cincuenta.
Con este motivo el sábado 26 de abril, en el coliseo del Seminario Mayor Francisco Xavier de Garaycoa, se celebró la Eucaristía de fiesta, que presidió Mons. Marcos Pérez, arzobispo de Cuenca, quien fue alumno y rector de esta institución. A la Eucaristía asistió el clero de Guayaquil, seminaristas y movimientos laicales.
La historia cuenta que fue Mons. José Ignacio Cortázar y Lavayen el promotor de esta obra que ha dado más de 150 sacerdotes a la Iglesia. Aquí se forman actualmente sacerdotes de siete diócesis.
Previo a la Eucaristía, Mons. Marcos compartió una charla con los seminaristas, a quienes relató cómo fue su ingreso al Seminario Francisco Xavier de Garaycoa, lo cual sucedió en 1985, a raíz de la venida a Ecuador de San Juan Pablo II. Recordó que, en esa época, hubo un despertar vocacional muy grande en el país. Ese año ingresaron 23 seminaristas, de los cuales seis llegaron a la meta.
Todos los sacerdotes tenemos que ser promotores vocacionales, dijo Mons. Marcos. El sacerdote de Cristo a pesar de los años no cambia, debe parecerse a Cristo. El presbítero del tercer milenio será el continuador de quienes han animado la vida de la Iglesia.
En este tiempo, el sacerdote debe procurar abrirse a la iluminación del Espíritu Santo. Hemos de reconocer las necesidades espirituales más profundas de la gente.
Los desafíos actuales en la pastoral vocacional son conocer, escuchar, dialogar, proponer, discernir y cuestionar. Ese es el camino. Tenemos que ser una Iglesia en salida de la que tanto hablaba el papa Francisco.
El formador y el seminarista deben tener preparación en varias dimensiones, humana, espiritual, intelectual, pastoral y comunitaria.


































































